Los hombres, el silencio y los sentimientos

En  los últimos años que se ha cuestionado el deber ser del hombre y lo masculino, uno de los ejes  que se plantea es la falta de autocuidado en el ámbito emocional por parte de los varones.

¿Cuándo fue la última vez que expresamos lo que nos pone triste o lo que nos duele? ¿Con quién lo hicimos? ¿Nos permitimos hacerlo con frecuencia?

Estas preguntas pueden funcionar como directrices dentro de un ejercicio de introspección y honestidad que como hombres tenemos pendiente desde hace muchos siglos; desde que se nos enseñó que nuestro papel a nivel social, debía de ser el de una  autoridad, independientemente si sabemos o no el origen y los porqués de esto, desde niños se nos enseña a desempeñar un rol de superioridad, que debemos estar reforzando constantemente en cada etapa, lugar o persona con la que nos relacionamos:

De niños fuimos parte de esa interminable competencia, donde buscábamos ser el más bueno en algún deporte, el más listo en clases, el más rápido para algún juego, etc. De adolescentes, seguimos compitiendo pero ahora los tópicos cambiaron, se trataba de ser el más guapo, el más fuerte, el que salía con más mujeres, o se acostaba con ellas. Finalmente, de adultos (y quién sabe si hasta que muramos) seguimos buscando esa falsa superioridad, teniendo el mejor trabajo, el salario más alto, el carro más nuevo, en fin…

Todos los anteriores ejemplos (y los que seguramente vinieron a nuestra mente, al estarlos leyendo), tienen como hilo conductor una figura de autoridad, que además se refuerza a partir de mandatos sociales materializados en forma de «los hombres no lloran»«no te portes como niña», «no seas miedoso», «pareces vieja», «debes ser fuerte porque eres el hombre de la casa»  y demás situaciones que nos hacen creer que para preservar nuestra «autoridad», debemos enfocarnos solamente a lo intelectual y  dejar de lado las emociones y cualquier aspecto que pueda representar vulnerabilidad y nos haga perder nuestra «posición».

Y es ahí, donde todo eso que vamos guardando en silencio, se acumula y tarde o temprano, cuando nuestra autoridad se ve cuestionada, explota en forma de algún tipo de violencia.

Cuando esto ocurre, muchas veces le echamos la culpa a la otra parte y no asumimos nuestra responsabilidad en la situación; entonces viene un círculo vicioso, en el que al no ser capaces de identificar cómo nos sentimos y poderlo nombrar, no lo vemos como algo propio, lo adjudicamos a un tercero  y no nos responsabilizamos, por lo que muy probablemente la escena se repita en un futuro solamente que con escenografía y actores distintos.

En resumen, vamos por la vida relacionándonos con las personas desde nuestros vacíos emocionales, buscando llenarlos y cuando por alguna razón, no podemos, a falta de herramientas adecuadas de comunicación y diálogo, muchas veces violentamos (aunque no haya una intención de por medio).

¿Les ha pasado?

Dejemos de lado la idea de que lo sentimental o lo emocional, están directamente ligados con el hecho de ser débil. Y si así lo fuera ¿qué? Volvemos a lo mismo, son aprendizajes y construcciones sociales que no nos condicionan como varones, al contrario, ya que si existe esa forma de serlo, existen otras cientos de cómo aprender a ser un hombre, el único requisito es ser honestos y hacernos responsables.

Ser honestos: ¿Lo que está ocurriendo me afecta? ¿A qué me recuerda? ¿En qué parte del cuerpo tengo esa sensación? y finalmente, ser responsables: ¿cómo me siento y qué voy a hacer con estos sentimientos?

Cambiar las formas violentas en que llegamos a relacionarnos con mujeres y otros hombres, por otras donde prevalezca el respeto y la empatía, dependen en gran parte de nuestra voluntad de querer hacerlo; si somos parte del problema, somos parte de la solución.

 

 

 

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